sábado, 9 de enero de 2016

Dolor.

Conté las 437 gotas que se cayeron poco a poco por mi nariz y se precipitaban al avismo. Es posible que la mayoría de esas gotas de agua no perteneciesen a la lluvia que caía sin ganas sobre mi cabeza. Lo más probable, de hecho, es que más de la mitad de ellas estuviesen hechas de lágrimas que caían en silencio por mis ojos hasta juntarse con la lluvia. 
453.
No sé cuánto tiempo estuve sentada mirando la lluvia marcar hondas en los charcos que se habían hecho en el suelo. Ni siquiera tenía frío, solo lloraba.
476.
Lo que tenía dentro era demasiado complejo para decirlo en voz alta, así que la forma más fácil de sacarlo de ahí era llorar. 
El frío no existe cuando te duele algo dentro. 
A veces, hace más frío dentro de ti que fuera, y no te importa si llueve, nieva o graniza, simplemente dejas que tus lágrimas se junten con la lluvia. 
481.
Cuando estás demasiado mojado y tu cerebro decide que necesitas ir a casa, te despojas de toda la ropa mojada de forma metódica, como si otra persona lo hiciera en vez de tú, y cambias las gotas de lluvia por los chorros de agua caliente de la ducha. 
Creedme si os digo que el agua caliente es peor que la de la lluvia. Cuando todo por dentro está frío, el calor solo hace que llores más fuerte. 
Y nadie puede consolarte. Nadie. 
Y tus lágrimas se juntan con agua para no dejar marcas evidentes de lo que está pasando, porque sólo a ti te importa llorar. 
Sólo a ti te importa lo que duele. 
Y nadie puede consolarte. Nadie. 
He perdido la cuenta de las gotas ya. En la ducha solo caen chorros. 
Y ya no hay frío, ahora el frío se ha ido y con el calor del tiempo y de darte cuenta de lo que pasa, todo duele muchísimo más. 
Lágrimas, lluvia, agua... En realidad solo podemos llamarlo dolor. 

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